Por Waldo
Cebrero
Joel está enojadísimo. O como él dice: re chivo.
Su madre, Natalia, no ha querido cortarle el pelo
como lo usan los chicos del barrio. Joel putea con la cabeza recién rapada. Le
ha quedado una coronita de pelo pincho y todo limpio a los costados. Tiene 16
años y un cuerpo largísimo, pero no se atreve a contradecir a su madre, que es
clara: “Este quiere andar con cresta y el piercin en el labio… Volaaá, esa onda
está zarpada en preventiva. Ni gorra le dejo poner para que no lo pare la CAP”.
No hay caso. En casa de Natalia manda Natalia. Y si
ella afirma que la Policía “levanta” a los chicos por su facha, ha de ser
porque sabe. Tampoco yo me animo contradecirla. Es la primera vez que visito el
lugar y todos hablaban de lo que le pasó al Monito, el más chico de los García.
Dicen que salió de su casa a las cinco de la tarde con un huevo de pascua para
regalarle a su novia, y zas… a la séptima. Monito tiene 15 años. Su madre tuvo
que pedirle permiso a la patrona para salir antes y buscarlo. Dicen que el huevo
de pascua quedó confiscado.
El Campa es el nombre que los vecinos eligieron
para denominar al campamento instalado en el terreno del Ferrocarril Belgrano,
en el corazón de barrio Alta Córdoba. Está ahí desde hace décadas: son unas 25
casitas escuálidas pero dignas levantadas junto a las vías.
Entrar, para el que no conoce, puede ser un
desafío: hay que atravesar un portón muy disimulado y caminar luego unos
cuarenta metros bordeando un tapial hasta llegar al corazón de la manzana.
Dentro, las callecitas son de tierra. Se ven más perros que autos y no hay
rejas en las entradas. Se trata de un pequeño pueblo incrustado en la ciudad.
En una pared hay dibujado un gran escudo de Instituto.
Para algunos chicos del Campa el desafío no es
entrar. El desafío es salir y regresar: a dos cuadras está la Comisaría 7°,
unas cuadras más allá, hacia el centro, la 9° y rumbo al oeste, la 13°. Solo en
2010, las comisarías de los Distritos VII y VIII efectuaron 5.264 detenciones
por Código de Faltas.
– Si tenés pinta de muy brasa, no caminas por Alta
Córdoba, merodeas. Y si no te llevan a la comisaría te hacen pasar un vergüenzón
terrible, te verduguean y te ponen contra el móvil–, dice Joel dándole la razón
a su madre.
Pregunto ¿Qué es tener pinta de “brasa”? y responde
Yoyo.
– Así, ser negro como una brasa.
– ¿Como un carbón?
–Si, como una braza. Con la gorra parada, las
zapatillas resorte, el piercin y la remera de Instituto largaza hasta acá, como
de tres talles más.
A Yoyo de vez en cuando le gusta vestir así. Es
cuando la Policía le pide documento, le dice que es “una pérdida” y lo amenazan
con unos días de calabozo.
Yoyo tiene 11 años. Va a quinto grado y dibuja el 2
como un patito.
En abril visité el Campa en cuatro
oportunidades para hablar con cinco chicos –todos menores de edad– sobre el
Código de Faltas. Siempre que volví, hubo novedades.
A Nano le tocó conocer la Comisaria 13 una tarde de
futbol cuando Instituto enfrentaba a Gimnasia de Jujuy. Nano es un “zarpado en
preventiva”. Menudo, pálido, su cara es un muestrario de aros y en su pelo
–cuando no lleva gorra– mezcla cresta, cubana y flequillo como clavos. Dice que
siempre lo paran, que lo han llevado más de 10 veces y que el trato que recibe
depende del “cobani” porque hay algunos “pulenta” y otros “rigidazos”.
El Código de Faltas indica que los niños no deben
ser alojados en los calabozos junto con el resto de los detenidos. Pero aquel
día de fútbol, Nano no solo conoció la 13 sino también sus celdas.
–Me alzaron en el móvil como a las seis. ‘¿Y la
llamada oficial?’ Le digo. ‘Caiate la boca’ me contestó. Como a las nueve de la
noche entró un cobani con una escoba y nos dice ‘iá que estás al pedo porqué no
me barré la celda’, el gil quería que barra los filtros de cigarro careta que
había en el baño. ‘Tai loco. Volá de acá, yo sé mis derechos’, le dije. Pero el
otro que estaba conmigo terminó barriendo.
Unos días más tarde, Cristián lustraba un banco de
la Plaza Colón con su novia Mora. Se había puesto las zapatillas blanquísimas a
tono con la gorra. Y pasó lo de siempre: llegó un policía, le pidió documento y
Cristian vio una buena oportunidad para impresionar a su chica. Terminó en la
Comisaría 3°. Mora tuvo que llamar a su padre para lo que retire.
Pichu, de 14 años, portación de facha –y de
apellido, porque tuvo un hermano preso– cree tener la posta.
–Si les decís señor, te perdonan. Si le pedís en
número placa te clavan merodeo de frente mar. Y si andas con esta pinta sin
documento: sos un gil, porque es como dicen en la marcha de la Gorra, La yuta
persigue una cultura.
Natalia se esmera por evitar que sus hijos sean
presa de la Policía. Tiene tres varones y cada día que pasa se convence de que
la gorra, el piercing, el pelo, la ropa que usan los chicos no son
precisamente eso que son – gorra, piercing, corte de pelo, ropa–, sino
marcas, señas con las que los pibes dicen sin hablar “acá estoy oficial míreme
soy peligroso”. Ella se esmera en disimularlas –ya que no puede borrarlas– en
su hijo. Sin embargo, la mañana del 11 de abril supo que sus esfuerzos no
siempre alcanzan:
–Yo quiero que me digan dónde está mi hijo.
¡Traigan a mi hijo ya!–, gritó en la alcaldía de la séptima al entrar.
Joel había sido detenido cuando iba a buscar a su
hermano de siete años a la escuela. Dos policías lo subieron a un móvil donde
ya llevaban a otro preso. Eso, en la práctica, es un error de procedimiento. En
el acta que Natalia firmó para retirarlo dice que fue detenido por “DP” en una
dirección donde no estuvo: la misma donde arrestaron al otro detenido que quizá
tampoco estuvo nunca por allí.
–Qué quiere decir DP, ¡decimé ya!–, preguntó ella.
–Códigos policiales, señora–, respondió sobrador un
oficial.
Otro policía le dijo después que DP es “disposición
a los padres”, un motivo de detención que no se menciona en el Código de Faltas
que sólo autoriza intervenir –en su art. 124– en caso de que se trate de
“menores en estado de ebriedad”. (*)
–Yo estaba frescazo… Si tomo a la mañana mi mamá me
mata–, confirma Yoel.
Natalia me contó su tragedia al día siguiente.
Estaba desencajada, indignada. Dice que cuando se fueron de la comisaría vieron
llegar a varias vecinas en estado de furia que iban en su apoyo.
–Yo le dije al que me lo llevó: ‘no será que me lo
trajiste para ganarte días de licencia…. Para mi DP es Delirio Policial.
(*) “DP” son las dos letras que se utilizan en la
jerga policial para especificar que, al tratarse de menores, esos chicos deben
ser puestos a disposición de sus padres. En cualquier caso ese paso debe darse
de manera inmediata. Si un policía no le informa eso a los padres está
cometiendo un nuevo delito como funcionario público.
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