Por
Alexis Rasftopolo
<…Y consolarse con la idea de que nacer es un proceso que nunca termina>
Roberto
Juarroz.
<… ¡Ya
sé, no me digás! ¡Tenés razón! La vida es una herida absurda…>
Cátulo
Castillo.
Esta
historia comienza con la evocación del último sábado: sol generoso, cielo
inconmensurable, desembarazado de nubes y la promesa renovada de sus hijos e
hijas, mortales pedestres, de un instante de dicha, compartiendo el tiempo junto
a los suyos.
Sin
embargo, a este preámbulo apacible deviene un sucedido inefable. Pues, a decir
verdad, Jorge no hubiera pensado nunca que el modesto derrotero en busca de las
zanahorias para el almuerzo del mediodía, iba a depararle un periplo inenarrable,
que trataremos de narrar en lo que sigue.
Nos
encontramos en Barrio Pueblos Unidos, situado al sur de la ciudad de Córdoba,
paraje exento del alcance de las políticas
municipales y provinciales. Aquí viven numerosas familias que han venido del
Perú, Bolivia, y el Paraguay, en busca
de mejores oportunidades. Con esfuerzos han levantado sus hogares y llenado de
vida lo que ahora es un vecindario que se nos presenta precario, pero pujante,
como con ganas de seguir creciendo, más allá de la posible contaminación que
existe en el suelo de la zona, debido a
que, décadas precedentes, el sitio habría sido utilizado como un basural.
El caso
es que hasta la verdulería del barrio llegó este joven, hablamos de Jorge, en
busca de las hortalizas que nunca pudo conseguir; pues, las visicitudes lo
llevaron a encabezar una juntada vecinal para ayudar a una de las mujeres del barrio a desalojar a
una familia que engañada, y con la urgencia de varias desdichas encima, le
usurpó su vivienda.
Este
sucedido, lamentable, y que sacudió el mediodía imperturbable de Barrio Pueblos
Unidos, suele no ser infrecuente. Fue la hermana de la propietaria del hogar,
Margarita, quien se enteró que le habían entrado a la casa, y ni bien pudo, se
acercó hasta la verdulería en la que, en ese mismo momento, también se
encontraba Jorge. Con desesperación y nervios, Margarita comentó el hecho a su
tía Emilia que atiende en el comercio, y de inmediato esta última llamó a la
policía.
Los
integrantes de La Tosco en el Movimiento Evita, que se encontraban en compañía
de los niños y algunas madres del barrio limpiando la plaza del lugar y pintando sus escaleras,
bancos y hamacas, se hicieron eco de la situación. Entre tanto, y luego de una
deliberación entre los circunstantes en la verdulería, fue Jorge quien –recordando
seguramente que pasó por un hecho similar no hace mucho- tomó el altavoz cedido
por Emilia y se lanzó por los caminos del barrio a convocar a los vecinos. La
estrategia fue juntar a la mayoría e intimar a esta familia que había tomado
posesión del hogar ajeno por la fuerza.
-¡Vecinos, atención vecinos, necesitamos su colaboración-, -vociferaba, -¡le han
entrado a la casa a una de nuestras vecinas!-.
Más allá
de la exhortación, no muchos se sumaron sino hasta después, cuando ya era
considerable el número de personas que se encontraba en frente de la casa
tomada.
Momentos
previos, Margarita había ido junto a su madre a querer pedirle a la familia que
había ingresado sin permiso al hogar de su hermana que se retirara; cuestión
que resultó infructuosa y hasta con algunos episodios de violencia. A todo
esto, la propietaria del lugar, Juana, ya se había venido desde su trabajo,
corriendo, para hacer frente a la situación. Y se encontró con el siguiente
panorama: sus parientes gritándose con el hombre y su compañera que se habían
metido en su domicilio; una jauría de perros al costado que armaron un pleito y
levantaron una polvareda, y frente a todo, los vecinos y vecinas, grandes y
chicos, que se encontraban haciendo presencia, observando y sumando sus
exhortaciones.
Para
entonces Jorge se encontraba en medio de este intríngulis, olvidando completamente las zanahorias y su
almuerzo. Y entre varios de los presentes se comenzó a exigir a la familia que
se retirara de ese hogar que no era el suyo. Luego de un dilatado intercambio
verbal, cargado de encono desde ambos lados, la instantánea del momento era
evidente: esta joven familia, desesperada, y sin oportunidades, había ingresado
al hogar de juana luego de llegar allí con el dato preciso de que la casa en
cuestión se encontraba gran parte de la semana vacía, ya que Juana -quien
trabajaba durante la semana fuera del barrio-, llegaba a su hogar muy
esporádicamente; la información aparentemente se lo pasó uno de los vecinos de
Juana a quien, inescrupuloso, no le
importó el daño que ello acarrearía.
El
desenlace, por fortuna, no conllevó hechos de violencia física, aunque sí dió
claras muestras de una violencia estructural, simbólica y bien concreta: tanto
de un lado como de otro, se trató de familias que se encuentran a la
intemperie, excluidas, que tratan de sobrellevar sus días como pueden, a donde
no llega ninguna política municipal y provincial y donde solo queda, las más de
las veces, resistir con los dientes apretados y con una desgracia que se
evidencia en los ojos y se dice con todo el cuerpo.
Una
desgracia que si bien golpea por igual a todos los vecinos de la zona, no
obstante, es contrarrestada por estos con trabajo y mediante un constante
aprendizaje de convivencia, más allá de que estos episodios funestos se sucedan
de seguido, producto de la incertidumbre y las malas intenciones.
A pesar
de los pesares, de los llantos y del mal rato, la familia que ingresó al hogar
que no era suyo, se retiró sin violencia, una vez llegada la policía. Se trató
de un hombre, su compañera y su hijo, a quién en el mismo desenlace de este
episodio, aquel vecino que había cobrado por pasarles la información y vendido el
terreno ajeno, le terminó por devolver
el dinero. Aunque parezca inverosímil nadie lo linchó.
Pese a este
momento desgraciado, los vecinos de Pueblos Unidos que se encontraban en aquél
momento, sostuvieron que no tendrían inconvenientes en ayudar a estas personas
que ingresaron en el hogar de Juana, a construirse su vivienda allí en el barrio,
o a conseguirles un espacio; seguramente entendiendo lo que cuesta un techo y
lo problemático de su carencia.
Hay mucho
que aprender de los vecinos del Barrio Pueblos Unidos. Su paciencia y su
entendimiento, en momentos incluso álgidos como el vivenciado este último
sábado, es un ejemplo de su grandeza y solidaridad.
También,
este sucedido, nos enseñó a Jorge y a
nosotros, los de La Tosco en el Movimiento Evita, que el camino en busca de las
zanahorias puede tornarse, como la vida, inesperado y harto complejo.
Queda
reflexionar sobre la situación de estas familias, y no solo de ellas. Pensando en
las desigualdades crecientes que atraviesan a los pueblos de este mundo
contemporáneo, sobre esa pauperidad que lastima y aprisiona, y sobre la riqueza fanfarrona y mal habida de
los dueños del poder que se explícita en las revistas pornofinancieras, y que
habla, implícitamente, en la pobreza de los desdichados de todos los rincones.
*Los nombres de los
protagonistas de los acontecimientos mencionados aquí han sido cambiados por
razones de discreción.
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