martes, 8 de octubre de 2013

La compleja travesía de las zanahorias, y otros sucedidos*




Por Alexis Rasftopolo

<…Y consolarse con la idea de que nacer es un proceso que nunca termina>
Roberto Juarroz.
                                      
                                                  <… ¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón! La vida es una herida absurda…>
Cátulo Castillo.


Esta historia comienza con la evocación del último sábado: sol generoso, cielo inconmensurable, desembarazado de nubes y la promesa renovada de sus hijos e hijas, mortales pedestres, de un instante de dicha, compartiendo el tiempo junto a los suyos.

Sin embargo, a este preámbulo apacible deviene un sucedido inefable. Pues, a decir verdad, Jorge no hubiera pensado nunca que el modesto derrotero en busca de las zanahorias para el almuerzo del mediodía, iba a depararle un periplo inenarrable, que trataremos de narrar en lo que sigue.

Nos encontramos en Barrio Pueblos Unidos, situado al sur de la ciudad de Córdoba, paraje exento del alcance de  las políticas municipales y provinciales. Aquí viven numerosas familias que han venido del Perú, Bolivia, y el Paraguay,  en busca de mejores oportunidades. Con esfuerzos han levantado sus hogares y llenado de vida lo que ahora es un vecindario que se nos presenta precario, pero pujante, como con ganas de seguir creciendo, más allá de la posible contaminación que existe en el suelo de la zona, debido  a que, décadas precedentes, el sitio habría sido utilizado como un basural.

El caso es que hasta la verdulería del barrio llegó este joven, hablamos de Jorge, en busca de las hortalizas que nunca pudo conseguir; pues, las visicitudes lo llevaron a encabezar una juntada vecinal para ayudar a  una de las mujeres del barrio a desalojar a una familia que engañada, y con la urgencia de varias desdichas encima, le usurpó su vivienda.

Este sucedido, lamentable, y que sacudió el mediodía imperturbable de Barrio Pueblos Unidos, suele no ser infrecuente. Fue la hermana de la propietaria del hogar, Margarita, quien se enteró que le habían entrado a la casa, y ni bien pudo, se acercó hasta la verdulería en la que, en ese mismo momento, también se encontraba Jorge. Con desesperación y nervios, Margarita comentó el hecho a su tía Emilia que atiende en el comercio, y de inmediato esta última llamó a la policía.

Los integrantes de La Tosco en el Movimiento Evita, que se encontraban en compañía de los niños y algunas madres del barrio limpiando  la plaza del lugar y pintando sus escaleras, bancos y hamacas, se hicieron eco de la situación. Entre tanto, y luego de una deliberación entre los circunstantes en la verdulería, fue Jorge quien –recordando seguramente que pasó por un hecho similar no hace mucho- tomó el altavoz cedido por Emilia y se lanzó por los caminos del barrio a convocar a los vecinos. La estrategia fue juntar a la mayoría e intimar a esta familia que había tomado posesión del hogar ajeno por la fuerza.
-¡Vecinos, atención vecinos, necesitamos su colaboración-, -vociferaba, -¡le han entrado a la casa a una de nuestras vecinas!-. 






Más allá de la exhortación, no muchos se sumaron sino hasta después, cuando ya era considerable el número de personas que se encontraba en frente de la casa tomada.

Momentos previos, Margarita había ido junto a su madre a querer pedirle a la familia que había ingresado sin permiso al hogar de su hermana que se retirara; cuestión que resultó infructuosa y hasta con algunos episodios de violencia. A todo esto, la propietaria del lugar, Juana, ya se había venido desde su trabajo, corriendo, para hacer frente a la situación. Y se encontró con el siguiente panorama: sus parientes gritándose con el hombre y su compañera que se habían metido en su domicilio; una jauría de perros al costado que armaron un pleito y levantaron una polvareda, y frente a todo, los vecinos y vecinas, grandes y chicos, que se encontraban haciendo presencia, observando y sumando sus exhortaciones.

Para entonces Jorge se encontraba en medio de este intríngulis,  olvidando completamente las zanahorias y su almuerzo. Y entre varios de los presentes se comenzó a exigir a la familia que se retirara de ese hogar que no era el suyo. Luego de un dilatado intercambio verbal, cargado de encono desde ambos lados, la instantánea del momento era evidente: esta joven familia, desesperada, y sin oportunidades, había ingresado al hogar de juana luego de llegar allí con el dato preciso de que la casa en cuestión se encontraba gran parte de la semana vacía, ya que Juana -quien trabajaba durante la semana fuera del barrio-, llegaba a su hogar muy esporádicamente; la información aparentemente se lo pasó uno de los vecinos de Juana  a quien, inescrupuloso, no le importó el daño que ello acarrearía.

El desenlace, por fortuna, no conllevó hechos de violencia física, aunque sí dió claras muestras de una violencia estructural, simbólica y bien concreta: tanto de un lado como de otro, se trató de familias que se encuentran a la intemperie, excluidas, que tratan de sobrellevar sus días como pueden, a donde no llega ninguna política municipal y provincial y donde solo queda, las más de las veces, resistir con los dientes apretados y con una desgracia que se evidencia en los ojos y se dice con todo el cuerpo.

Una desgracia que si bien golpea por igual a todos los vecinos de la zona, no obstante, es contrarrestada por estos con trabajo y mediante un constante aprendizaje de convivencia, más allá de que estos episodios funestos se sucedan de seguido, producto de la incertidumbre y las malas intenciones.

A pesar de los pesares, de los llantos y del mal rato, la familia que ingresó al hogar que no era suyo, se retiró sin violencia, una vez llegada la policía. Se trató de un hombre, su compañera y su hijo, a quién en el mismo desenlace de este episodio, aquel vecino que había cobrado por pasarles la información y vendido el terreno ajeno, le terminó por devolver  el dinero. Aunque parezca inverosímil nadie lo linchó.

Pese a este momento desgraciado, los vecinos de Pueblos Unidos que se encontraban en aquél momento, sostuvieron que no tendrían inconvenientes en ayudar a estas personas que ingresaron en el hogar de Juana, a construirse su vivienda allí en el barrio, o a conseguirles un espacio; seguramente entendiendo lo que cuesta un techo y lo problemático de su carencia.

Hay mucho que aprender de los vecinos del Barrio Pueblos Unidos. Su paciencia y su entendimiento, en momentos incluso álgidos como el vivenciado este último sábado, es un ejemplo de su grandeza y solidaridad.
También, este sucedido, nos enseñó a Jorge  y a nosotros, los de La Tosco en el Movimiento Evita, que el camino en busca de las zanahorias puede tornarse, como la vida, inesperado y harto complejo.

Queda reflexionar sobre la situación de estas familias, y no solo de ellas. Pensando en las desigualdades crecientes que atraviesan a los pueblos de este mundo contemporáneo, sobre esa pauperidad que lastima y aprisiona, y  sobre la riqueza fanfarrona y mal habida de los dueños del poder que se explícita en las revistas pornofinancieras, y que habla, implícitamente, en la pobreza de los desdichados de todos los rincones.



*Los nombres de los protagonistas de los acontecimientos mencionados aquí han sido cambiados por razones de discreción.
 

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