El
punto de partida para la definición de la otra
economía,
o al menos para esbozar una noción de su significado, sería
plantear el concepto dominante de economía, proveniente de la
escuela neoclásica, y a partir del mismo exponer las críticas
principales efectuadas a esta corriente de pensamiento y las
alternativas que se proponen desde la economía social.
Para
Samuelson, exponente neoclásico, “la
economía es la ciencia de la elección; estudia la forma en que los
individuos deciden utilizar los recursos productivos escasos o
limitados para producir diversas mercancías y distribuir estos
bienes entre los distintos miembros de la sociedad para su consumo”.
A pesar de que la escuela neoclásica adoptó una postura
epistemológica de neutralidad valorativa, al concepto de economía
que propone, e incluso a la elección de esa postura amoral, le es
inherente un conjunto de valores que desacreditan dicha neutralidad.
Algunos
de los principios sobre los que se basa esta escuela económica, y
que son el punto de mayores críticas y cuestionamientos desde la
economía social, son el individualismo, el instrumentalismo, la
racionalidad y la eficiencia. El axioma básico que comparten estos
pensadores, y que los define como tales, es aquel que reduce el
comportamiento del hombre al egoísmo, a la procuración persistente
de la satisfacción de sus necesidades personales respondiendo a un
orden de preferencias que conoce con claridad, y al uso eficiente de
los recursos disponibles para alcanzar fines determinados, poniendo
especial énfasis en la manera eficiente de ese uso más que en los
fines que se pretenden alcanzar. Todo esto lo define al hombre como
un agente económico individual y racional.
Si
bien la escuela neoclásica da respuestas a diversas cuestiones
económicas y logró imponerse desde hace muchos años hasta la
actualidad como la corriente hegemónica de pensamiento, algunas
falencias inherentes a esta teoría propiamente dicha y la misma
dinámica evolutiva de las sociedades dejan en evidencia fisuras que
permiten a los movimientos emergentes filtrarse en esta
superestructura ideológica fortalecida ya por los años de vigencia,
para comenzar a introducir formas alternativas de proceder. La
economía social se une a esta fuerza de cambio, cuestionando algunos
puntos críticos de la teoría ortodoxa y proponiendo una alternativa
diferente.
La
principal crítica se encuentra en la concepción del trabajo humano.
Mientras el sistema capitalista dominante -asentado y desarrollado
sobre los principios de esta corriente económica ortodoxa- es
responsable de un proceso de trabajo alienante que no da demasiada
cabida a la creatividad de la persona, no contribuye al desarrollo
personal y espiritual del individuo, e impone la figura de la
subordinación (muchas veces despótica) del trabajador respecto a su
patrón; la economía social busca revertir esta situación mediante
la redefinición del concepto de trabajo y la reafirmación de su
importancia fundamental para los individuos y para la sociedad. La
alternativa propuesta tiene como figura central al sistema
cooperativo de trabajo, el
cual tiene un doble propósito; económico (obtener la mayor cantidad
de bienes al menor costo social posible) y educativo (formar hombres
capaces de actuar solidariamente en beneficio de todos dentro de un
marco de libertad individual). El programa cooperativista está
constituido en torno de los principios de rendimiento económico,
libertad individual y solidaridad social.1
Son
a su vez criticados los pilares sobre los que se basa la denominada
economía de mercado, estrella principal del sistema capitalista. La
economía de mercado se establece sobre la idea de una propensión
natural del individuo a intercambiar una cosa por otra y sobre el
principio de autorregulación a través del libre juego entre la
oferta y la demanda. Sin embargo, la historia de la humanidad,
ignorada e invisivilizada en su mayoría por la escuela neoclásica,
se ha encargado de demostrar que dicha tendencia natural al
intercambio carece de sustentos fuertes y que la separación actual
entre el sistema económico y el resto de los sistemas que se
articulan en el funcionamiento de las sociedades es un fenómeno de
la modernidad. Es
cierto que no puede existir ninguna sociedad sin algún sistema de
cierta clase que asegure el orden de la producción y distribución
de los bienes. Pero ello no implica la existencia de instituciones
económicas separadas; normalmente, el orden económico es sólo una
función del orden social en el que se contiene. Ni bajo las
condiciones tribales, ni feudales, ni mercantilistas había un
sistema económico separado en la sociedad.2
En
línea con el punto desarrollado anteriormente, la economía social
considera indispensable la incorporación de un criterio
interdisciplinar para el análisis de esta realidad compleja, que ya
no resiste al análisis disciplinar sino que necesita nutrirse e
interactuar con el resto de las disciplinas que puedan contribuir a
la construcción de soluciones, o al menos de principio de
soluciones, más completas que alcancen esas aristas actualmente
descuidadas.
Todo
lo expuesto anteriormente fue un acercamiento al concepto de economía
social, que si bien todavía no encuentra una definición precisa que
refleje cabalmente su esencia, reconoce los valores sobre los que se
asienta, valores de cooperación, solidaridad, compromiso con la
naturaleza y justicia social, y reafirma con cada uno de ellos la
creencia de que existe un mundo mejor, y que, al decir de Antonio
Cattani, está siendo construido por las realizaciones concretas de
la otra
economía.
[1 ] La Otra Economía. Antonio David
Cattani. Diciembre de 2003.
[2] La Gran Transfomración. Karl Polanyi.
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