sábado, 23 de junio de 2012

Un recorrido hacia la otra economía


El punto de partida para la definición de la otra economía, o al menos para esbozar una noción de su significado, sería plantear el concepto dominante de economía, proveniente de la escuela neoclásica, y a partir del mismo exponer las críticas principales efectuadas a esta corriente de pensamiento y las alternativas que se proponen desde la economía social.

Para Samuelson, exponente neoclásico, “la economía es la ciencia de la elección; estudia la forma en que los individuos deciden utilizar los recursos productivos escasos o limitados para producir diversas mercancías y distribuir estos bienes entre los distintos miembros de la sociedad para su consumo”. A pesar de que la escuela neoclásica adoptó una postura epistemológica de neutralidad valorativa, al concepto de economía que propone, e incluso a la elección de esa postura amoral, le es inherente un conjunto de valores que desacreditan dicha neutralidad.


Algunos de los principios sobre los que se basa esta escuela económica, y que son el punto de mayores críticas y cuestionamientos desde la economía social, son el individualismo, el instrumentalismo, la racionalidad y la eficiencia. El axioma básico que comparten estos pensadores, y que los define como tales, es aquel que reduce el comportamiento del hombre al egoísmo, a la procuración persistente de la satisfacción de sus necesidades personales respondiendo a un orden de preferencias que conoce con claridad, y al uso eficiente de los recursos disponibles para alcanzar fines determinados, poniendo especial énfasis en la manera eficiente de ese uso más que en los fines que se pretenden alcanzar. Todo esto lo define al hombre como un agente económico individual y racional.

Si bien la escuela neoclásica da respuestas a diversas cuestiones económicas y logró imponerse desde hace muchos años hasta la actualidad como la corriente hegemónica de pensamiento, algunas falencias inherentes a esta teoría propiamente dicha y la misma dinámica evolutiva de las sociedades dejan en evidencia fisuras que permiten a los movimientos emergentes filtrarse en esta superestructura ideológica fortalecida ya por los años de vigencia, para comenzar a introducir formas alternativas de proceder. La economía social se une a esta fuerza de cambio, cuestionando algunos puntos críticos de la teoría ortodoxa y proponiendo una alternativa diferente.

La principal crítica se encuentra en la concepción del trabajo humano. Mientras el sistema capitalista dominante -asentado y desarrollado sobre los principios de esta corriente económica ortodoxa- es responsable de un proceso de trabajo alienante que no da demasiada cabida a la creatividad de la persona, no contribuye al desarrollo personal y espiritual del individuo, e impone la figura de la subordinación (muchas veces despótica) del trabajador respecto a su patrón; la economía social busca revertir esta situación mediante la redefinición del concepto de trabajo y la reafirmación de su importancia fundamental para los individuos y para la sociedad. La alternativa propuesta tiene como figura central al sistema cooperativo de trabajo, el cual tiene un doble propósito; económico (obtener la mayor cantidad de bienes al menor costo social posible) y educativo (formar hombres capaces de actuar solidariamente en beneficio de todos dentro de un marco de libertad individual). El programa cooperativista está constituido en torno de los principios de rendimiento económico, libertad individual y solidaridad social.1

Son a su vez criticados los pilares sobre los que se basa la denominada economía de mercado, estrella principal del sistema capitalista. La economía de mercado se establece sobre la idea de una propensión natural del individuo a intercambiar una cosa por otra y sobre el principio de autorregulación a través del libre juego entre la oferta y la demanda. Sin embargo, la historia de la humanidad, ignorada e invisivilizada en su mayoría por la escuela neoclásica, se ha encargado de demostrar que dicha tendencia natural al intercambio carece de sustentos fuertes y que la separación actual entre el sistema económico y el resto de los sistemas que se articulan en el funcionamiento de las sociedades es un fenómeno de la modernidad. Es cierto que no puede existir ninguna sociedad sin algún sistema de cierta clase que asegure el orden de la producción y distribución de los bienes. Pero ello no implica la existencia de instituciones económicas separadas; normalmente, el orden económico es sólo una función del orden social en el que se contiene. Ni bajo las condiciones tribales, ni feudales, ni mercantilistas había un sistema económico separado en la sociedad.2

En línea con el punto desarrollado anteriormente, la economía social considera indispensable la incorporación de un criterio interdisciplinar para el análisis de esta realidad compleja, que ya no resiste al análisis disciplinar sino que necesita nutrirse e interactuar con el resto de las disciplinas que puedan contribuir a la construcción de soluciones, o al menos de principio de soluciones, más completas que alcancen esas aristas actualmente descuidadas.

Todo lo expuesto anteriormente fue un acercamiento al concepto de economía social, que si bien todavía no encuentra una definición precisa que refleje cabalmente su esencia, reconoce los valores sobre los que se asienta, valores de cooperación, solidaridad, compromiso con la naturaleza y justicia social, y reafirma con cada uno de ellos la creencia de que existe un mundo mejor, y que, al decir de Antonio Cattani, está siendo construido por las realizaciones concretas de la otra economía.



[1 ] La Otra Economía. Antonio David Cattani. Diciembre de 2003.
[2] La Gran Transfomración. Karl Polanyi.

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